Llegó contando la historia del Señor del Costal. Se la recitó a mamá para meterse a la casa, a mi hermana pa cambiarse de cama y a mí para dejarme como la peor maltratada. Y le seguía mi hermanito, pero me robó de ahí antes de hacerle cochinadas también.
Habré tenido siete u ocho cuando la escuché por primera vez: por las calles ronda algo siniestro, si te portas mal, si desobedeces: vendrá el Señor del Costal. Siempre en ambiente familiar o fiestas de navidad. Así le dijo a mamá y le repitió y persiguió por la calle hasta agarrarla borracha. Mamá fichaba en la Zona Norte y siempre regresaba al Jibarito igual.
Al día siguiente Carlos compró los Isadora, los chiles, los huevitos y las tortillas del desayuno con dinero del llamado sucio que, a pesar del lodo, limpiaba nuestro apetito. De estos polvos futuros lodos, solía cantarnos. Desde entonces mamá no volvió a emborracharse emborrachando por dinero sino por salud nada más.
Carlos era checador de una conecta. También del transporte público. De mi madre y de todas las que pasaran por la esquina en la bifurcada entre primaria y secundaria. Desde ese punto pepenaba latas y plásticos, tomando Tony Aya y fumando globos todo el santo día. Pero de noche, de noche era el Señor del Costal: espantaba a extraños, revisaba los botes de basura, acudía al ladrido de los perros y protegía al vecindario hasta de sus patrones: de noche la conecta estaba cerrada y punto.
—¡Cerrada y punto! —y enseguida aullaban los perros callejeros que solían acompañarle a la pocilga en donde terminaba el cerro.
A mamá la violó sólo esa primera vez, a mi hermana en cada ocasión y a mí otras tantas antes de ignorar la agresión y desearlo cerca. Diosito santo, no sé qué habría sido de mí sin Carlos.
Mi mamá dijo, ¡ay mija!, mi hermana, embarazada de mi primer sobrino, recurrió a las palabrotas mientras Lupito miraba sin entender nada. O tal vez sí, qué sé yo. Solía comer despacito pa enterarse de todo.
Y es que es difícil amar a un hombre así: adicto a nada y corrompido siempre. El mejor que conocí. Aunque también fue el único. Sin contar a Lalito, pero ese chamaco era mi primo y, de todos modos, me hizo las mismas gracias que Carlos Gómez.
Ahora vivimos al fondo del relleno sanitario en la colonia Remedios, igual de olvidada y doliente que el Jibarito. Pero acá no está pavimentado, eso sí. Y como los dueños de la recicladora quieren deshacerse de tanto lumpen en la zona, a nosotros nos va rebien con la labor de checador. Aunque yo haga casi todo el trabajo, pues él se cansa muy rápido. Es un viejo Señor del Costal.
Y como tampoco puede tener hijos, recientemente me dijo que haría carrera de artista para salvar el egoísmo de sus genes; desde entonces se echa a dormir con un libro o un cuaderno en la barriga.
Dice que los pobres jamás nos pondremos de acuerdo, no sé a qué se refiere, pero suele hacer alguna fechoría después. Los perros siempre agitando el rabo tras él (los nuevos y los que sobrevivieron a la mudanza).
Para mis XV años invitamos a mamá, mis hermanos y sobrinos, pidiendo perdón que es como se hace para reunir a la familia. Será aquí en la casa. Vendrá mucha gente. Chayanne estará presente. Porque a mis quince años ya soy la mujer de un hogar y estoy muy orgullosa de serlo.
sigue tu visita.
Don Linkin park (L.A Park) en Tijuana: la leyenda encabezará el magno evento de lucha libre
L.A. Park es reconocido tras décadas dentro del ring y por la manera en que ha respondido a las adversidades. Tras ser separado del personaje que él mismo llevó a la fama, optó por no abandonar la escena ni entrar en conflicto: eligió construir una identidad más elocuente (Un don bien loco)
Tal vez todos estamos muertos y La Bande-Son Imaginaire es la prueba
Al igual que una ola, el piso se movía de tal forma que pensé que casi cedía. Las luces hicieron su parte para la escena. La Bande-Son Imaginaire convierte el concierto en inmersión, la gente danzaba; acá se construye una fiesta espectral que uno reconoce desde el imaginario del realismo mágico
Oraciones//… PRAYERS
PRAYERS. Sin poses. Sin artificios. Lo primero que me impactó fue la humildad con la que Rafael —Leafar Seyer— se dirigió a todos. Agradecía todo el tiempo. Desde la primera canción. No como un gesto ensayado, sino como alguien que realmente valora estar ahí.
