Tijuana.- Eran las tres de la tarde y vagaba por el centro, me preparé, nos preparamos. En las calles de la zona centro la fiesta comenzaba a latir a mil por hora a punto de llegar al infarto cardiaco de emociones.
Las cosas, personas, objetos y situaciones que no se nombran, no existen. Hoy existen. Hoy las nombró -siempre lo he hecho-, Hoy las nombras.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el 2023, 5 millones de personas se autoidentifican con una orientación sexual y de género LGBTTTIQA+, es decir, el 5.1 por ciento de la población en México.
¿Son pocos? ¿Somos pocos? ¿Tú qué piensas?
A las cuatro de la tarde, visitaba a Susana Barrales, líder y presidenta de la lucha de mujeres transexuales en Tijuana, a quien desde temprano le escribí para visitarla. Ella dijo que sí. Yo llegué y me fui.

Algunas mujeres estaban vestidas con trajes folclóricos, maquillajes bien elaborados, matizados y peinados con el cabello suelto y otras recogido.
Susana, Susy, portaba un vestido de color rojo sangre con lentejuelas en sus pechos y con una abertura en sus piernas. También portaba unas plataformas blancas, ¡bellísimas! Por cierto.
Caminar por la primera es una experiencia, en esta ocasión, la unión te hacía parte del “show”, los colores rojo, rosa, naranja, amarillo, verde, azul y morado explotaban en las pupilas bajo un sol ardiente.
“Ya hemos venido antes, no participamos, pero nos gusta ver todos los ‘outfits’”, me platicaba una madre que junto a su hija estábamos en la esquina de la calle primera y mutualismo esperando el inicio.
“-¿Sabes qué?, me dijo.
-¿Qué pasó?, le respondí.
Veo más mujeres ahora, más mujeres lesbianas que salen a la calle y eso me da gusto”, concluyó.
Sí, me dije a mí misma, aquí están las mujeres de la resistencia lésbica, unidas. Rosa, blanco, naranja.





Fotografía: Iliana Carapia.
Pensé. La marcha del orgullo LGBTTTQIA+ no es difícil solo para quienes pertenecen a la comunidad en general, sino que representan un estigma doble: las mujeres que no son heterosexuales y que tampoco están dispuestas a seguir con el “plan de Dios” al ser mujeres al servicio de un hombre. Ya no.
Mientras avanzaba por las calles, familias completas con abueles, padres, madres e hijes llevaban consigo banderas de arcoíris y algunos otros los traían consigo en playeras, calcetines, paraguas, abanicos y en la cara.
Paulina Rubio, Thalía, Gloria Trevi, reggaeton retumbaban las bocinas de algunos carros alegóricos que empezaban a llegar con decoraciones dignas de una labor de una o varias personas.
Vendedores, algunos que no apoyan la causa, se acercaban con carritos de mandado o con bolsas para iniciar la venta. “Hay que sacar para la papa”, me decía uno.
Pensé en forzar a mi cuerpo que me pedía descanso, pero decidí ser observadora, limitarme a lo que me pidieron en mi trabajo y dedicarme a disfrutar lo que mis ojos escaneaban y mi mente digería.
En una esquina de Mutualismo, me quedé, pegada en una pared sucia, a un costado de una persona en situación de calle que, para mi sorpresa, se pegaba un globo mientras esperaba conmigo. Yo fumé uno de mis últimos cinco cigarros Marlboro.
“Me tomas una foto”, le dijo un joven a otro. “CLICK”, sonó y las risas crecían.
Otros hombres gay llegaban y dialogaban, yo escuché. “Sabes, la marcha está bien, pero aún falta, debería haber una página dedicada a nosotros, a la comunidad, noticias de nosotros, deben hacerla”, comentó uno de ellos y pensé. Solo pensé sí…



Fotografía: Iliana Carapia.
Ya eran las cinco y los costados de la Calle Segunda, sobre Constitución, Revolución y Madero, se llenaban de personas que esperaban con sus celulares listos para grabar y tomar fotografías del “desfile”, la protesta, diría yo.
Veinte minutos después, la fiesta comenzó. EXPLOTÓ. Sabrosón.
Mujeres transexuales, hombres gay, mujeres lesbianas, bisexuales, queer y diferentes personas con una orientación sexual y de género caminaban por la calle segunda.
Fiesta. Fiesta. Fiesta, gritaban unos.
Pancartas de lucha, con mensajes de respeto, de reflexión, invitaban a todos aquellos a ponerse del otro lado. “Vivan y dejen vivir”, me dijo Manuel.
También, aquellas personas que han muerto a causa de crímenes, de odio, de discriminación al ser héroes y víctimas en una sociedad renegada a los cambios, enojada con lo que no les afecta y sumisa ante lo que sí les afecta.







Fotografía: Luis Gutierrez.
En 2022, la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS) retrató que el 37.3 por ciento de la población de 18 años y más había experimentado al menos UNA situación de DISCRIMINACIÓN.
Más actualizado, en 2024, la Dirección de Atención a Grupos en Riesgo de la Dirección General de Estrategias para la Atención de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación (tanta palabrería que me cansó, ganso) informó que durante el 2023 al menos 66 personas de la diversidad habían sido asesinadas.
No me pregunten por los datos, según el Gobierno Federal, solo 66 casos se documentaron.
También, durante el último trienio se habían registrado 231 asesinatos de personas LGBTTTIQA+.
Siempre pensamos que son más, porque son más.
En los primeros meses del 2024, al menos se habían registrado cinco muertes en enero y otras 17 hasta el mes de abril.
Pero la asociación Letra Ese, dijo que en lo que iba del 2024 las cifras de homicidios eran de 31 víctimas, 28 mujeres trans, 2 hombres gay y una mujer lesbiana. ¿Suben las cifras, no? Tiene que hacerlo la sociedad civil, siempre es la sociedad y no la politiquería.
Entonces, este sábado 28 de junio, miles de personas salieron a protestar, cómo saben hacerlo, de fiesta, porque el dolor se demuestra con una sonrisa y dolor en el corazón. Porque nada ni nadie los verá caer, aunque los católicos, cristianos y en sí religiosos, se retuercen como vampiros recién clavados con una estaca de plata en el pecho.
Toda la comunidad, que pudo salir, salió. Todos esperaban, pocos entendían, pero esperaban. ¿Qué esperaba yo? Paz, resiliencia y amor.

Conforme avanzaba la marcha, la fiesta resonaba, se enaltecía. Algunos miembros comentaban que era un gusto ver a más gente heterosexual salir, pero también que más personas entendían la causa y el dolor que es y fue, para algunos, vivir encerrados en un “closet” social.
Algunos activistas y colectivos regalaban condones, flyers para detectar VIH, banderas, pintacaritas y más.
Otros tiran burbujas a través de una pistola para tirar burbujas. Atuendos descubiertos, bailes, música, mucha música, recuerdo, ponían a flor de piel las calles del centro. Algo querían decirnos, solo pocos escucharon.
Cada uno lleva y carga la cruz que lo ha llegado a ser quien es, sin la mirada abajo y con el corazón “por delante”, como diría la “tiktoker” (así se le dice, no? No?, no). La unión era visible.
Dicen que los mexicanos hacemos familia cada que podemos, en todos lados y cuando queremos, la fiesta corre en nuestras venas, porque pienso que la fiesta es el resultado a tanta resistencia y estrés que día a día tenemos que cargar. Un día de colores, es un día de recarga.








Fotografía: Luis Gutierrez.
La marcha siguió su curso hasta llegar a la avenida Madero, donde la comunidad dobló hasta la calle Novena para subir luego hasta la Constitución y terminar en la calle Segunda.
Al final, la marcha se disipó, pero la fiesta continuó y, como tal, la lucha aún continúa. Todos los días, a todas horas, la resistencia sigue. No muere. Se transforma. Se coloca. Se suma y se evapora para llegar a cada uno de los hogares.
No es Sodoma ni Gonorrea, es Tijuana, una Tijuana en donde las personas se quejan de una marcha para exigir respeto a los derechos civiles de cada uno de nosotros, mientras que del narcotráfico que invade las calles y deja muertos toooodos los días, lo normalizan, lo callan, ¿por temor? Sí, pero porqué saben con quién sí y con quién no. Pero qué juicio les hace creer que hay gente con quien sí y con quien no, cuando los derechos no se condicionan, si no se aplican, para cada uno, para todes.
Crónica por: Iliana Carapia @carapea
Fotografías: Iliana Carapia @carapea / Luis Gutierrez @luisgtz2190
